domingo, 13 de octubre de 2013

La dignidad del pueblo colombiano en el paro nacional agrario y popular

La dignidad del pueblo colombiano en el paro nacional agrario y popular


Es cierto que de los campos salieron sus labradores. Con voluntad y valentía desde y hacia municipios visibles del país, campesinos y campesinas, mineros e indígenas, todos y ellas color tierra, se volcaron sobre coliseos, vías, potreros, parques, plazas, laderas, montañas. Manos áridas, rostros regios de severos rasgos, cuerpos fuertes, grosos y delgados, altos y bajos, alentados. Más sagaces de lo que el citadino común cree, tan solidarios como solo el campo enseña y la ciudad discrimina… Pasos tranquilos y seguros, ágiles y vitales, espontáneos y decididos. La niñez y su luminosa mirada en la juventud, la adultez y la digna vejez.

Dejando una labor para asumir otra, avanzaron para validar su presencia, los vientos de todos rincones del país arrastraron en sus corrientes pasos, consignas, aplausos, algarabías, sonrisas, insultos, amenazas, ruidos, explosiones, quejidos, reclamos, silencios.

Con dudas muchas y claridades varias, por ejemplo, el apropiamiento de territorios por parte de multinacionales para la explotación de los minerales en éstos, amparadas por los ejércitos creados por el Estado o por funcionarios y ex funcionarios de éste, los mismos que han sido causantes de grandes atrocidades y generar el desplazamiento que ha sobrepoblado las ciudades, de la modificación de las condiciones y dinámicas de las vidas de quienes han permanecido en sus campos. Víctimas de los abusos de fuerza y terror cometidos por quienes vigilan las fábricas, empresas, y represas de la inversión extranjera que cubre el sueldo de quienes sirven a órdenes.


Entonces obreros, estudiantes, artistas, profesionales, sindicalistas, amas de casa, pueblo en general, mestizaje casto, consciente, de lo urbano y lo rural, mezclando acentos y jergas, dejaron ver, que el genocidio pudo llevarse abuelos, padres y hermanos pero aquí siguen quienes sin desfallecer retoman sus antorchas de vida, que nuevas generaciones columpian el sueño, que lo traen consigo porque lo han leído, escuchado o lo han vivido, el mensaje andante, el latente, ese tan fuerte, que la clase que les pretende dominar tiene que seguirse valiendo de artimañas dilatadoras, de mentiras e infamias, de guerra sucia, física y psicológica para legalizar sus actos contra quienes exigen educación, salud, autonomía no separatista, infraestructura, trabajo y reconocimiento del mismo, vivienda digna y respeto.

A ello, el gobierno de turno, direccionado por el macro-proyecto que en años anteriores le diera la facultad de ejecutar extrajudicialmente la población civil, responde con su ausencia en las mesas de negociación, su gabinete con proyectos que buscan ilegitimar la manifestación y sus homólogos departamentales, con el incumplimiento de los primeros acuerdos convenidos con los representantes de las delegaciones agro-mineras. Las negociaciones continúan, el gobierno sigue con su agenda y las organizaciones campesinas y populares con su preparación.

La historia nos ha dejado carpetas atestadas de documentos con acuerdos firmados incumplidos o descaradamente deslegitimados por el cambio de gobernantes, papeles y más papeles que criminalizan a unos y legalizan a otros, papeles que tienen el país inmerso en el abstencionismo, consciente o inconsciente, activo o pasivo, pero cargado de incredulidad. Decía un viejo, “eso si es legal, fijo tiene su torcido”.

Sectores, barrios, comunas, localidades, pueblos, ciudades, departamentos, el país, el continente y el mundo entero, se enteró y en diferentes magnitudes sintieron, que en Colombia también hay una gran masa que continua aunada por la inconformidad y la identidad con su territorio, una gran parte con disposición muy activa, propositiva y determinada, otra con lecturas no ajenas, totalmente solidarias, intelectuales y activistas, que mantienen presente la constante violación de los derechos fundamentales de todos y todas y esa otra parte que aunque pasiva, conversa en la tienda de la esquina, en “la chaza” de la empresa, en el kiosco de la cancha, en la cafetería, en el gimnasio, en el paradero del bus, en el bus, desde el balcón, desde el miedo, desde la incertidumbre, el asombro, la ignorancia y la intolerancia, la comprensión y el apoyo, desde el espejo y el despertar, tejiendo redes que entrelazan las clases, constituyentes de estos ríos caudalosos, bañados por el amanecer en la América Latina.


Coordinación Agrominera del Noroccidente y el Magdalena Medio Colombiano

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